Por Alejandro Schoffer Kirmayer
Expectación
en el Teatro Nacional. Noche de cierre de la décimo tercera
edición de PRISMA–Festival
Internacional de Danza Contemporánea de Panamá. Son las ocho
pasadas del 19 de octubre de 2024 y se presenta la pieza
Infinito
de
MiCOMPAÑÍA
(Cuba/España).
Al
iniciar la obra se escucha el pulso del corazón. Lo que parece ser
un árbol «genealógico»
se proyecta en el fondo, y este será una constante en toda la presentación: apareciendo y desapareciendo. Dos intérpretes en la
escena: Leando Tomás Cleger Montero, vestido de negro, manipula al
que está vestido en ropa interior, Héctor Javier Rodríguez
Márquez. Este parece un muñeco o un niño que obedece todo el
tiempo lo que su padre le dice que tiene que hacer.
Luego de
este intenso dueto, se les suman Elizabeth Aday Cantero, Gelvin
Manuel Hermida Cueto, Jara Fonseca, Lisset Galego Castañeda y Laura
Beatriz Raimundo García. Las mujeres llevan puestos vestidos de
color rojo, verde y beige.
Hay encuentros, rechazo y cambios de posición y una música coral que varía durante la pieza. La manipulación continúa. Sí, ahora son todos manipulando al que está con el cuerpo semidesnudo. Podrían ser padres o hermanos o primos o tíos o abuelos, o quizás bisabuelos o hijos...
«No, no, te dije que no, que no» —dicen los intérpretes— «¡Te dije que no! ¡No es no y punto!». Y el que es manipulado trata de salir, pero no lo dejan. «¡No es no!», insisten, y lo gritan en contraste con la música que se detiene de golpe y vuelven a decir al unísono un ¡No! rotundo.Pareciera que discuten. Zarandeo, música disruptiva, bailarines moviéndose a ras de suelo, y vuelve el ¡No! ¡No! ¡No! ¡No! ¡No!, y el niño manipulado se rebela de la familia y ahora lo grita él, alto y claro a los demás: «¡No!».
Después se muestra como es, como saludándolos con las palmas de las manos abiertas, estirándose como una mariposa libre. Los demás intérpretes aplauden, podría ser un guiño al flamenco, y las raíces del árbol con sus ramas vuelven a ser proyectados detrás de una tela fina que podría simbolizar una capa o la lluvia.
¿Quiénes
somos? ¿Somos lo que nuestra familia fue?, me pregunto. ¿Somos lo
que nuestra familia quiere que seamos? Y otra vez vemos árboles
proyectados que se alejan y se repiten a modo de loop.
A
continuación suena «La
vida es un sueño»
de Havana Social Club: Hay
que vivir el momento feliz, hay que gozar lo que se pueda gozar, hay
que darse cuenta de que todo es mentira, que nada es verdad. Hay que
vivir el momento feliz. Mientras
tanto, un ramo de flores pasa de mano en mano, pareciera que se toman
fotos familiares. Una bailarina, la que viste de negro, se queda con
las flores, ríe mientras la canción sigue su curso y termina
llorando y dando un grito de histeria.
Luego,
mientras el árbol es proyectado, vemos a los intérpretes caminar
hacia atrás, al mismo ritmo, los pasos pronunciados. Es el paso del
tiempo, los patrones repetitivos de generación en generación. Lo
consigna el programa: «Esta
pieza es un viaje, un viaje infinito. Un viaje de búsqueda para
saber más de uno mismo. Un camino que no se puede seguir sin saber
más del pasado. Descubrirse a través de la familia y los
antepasados. Nuestros recuerdos, secretos, experiencias, conflictos,
silencios… y los que heredamos de los seres que conforman nuestro
árbol genealógico».
Por
su parte, la directora y coreógrafa de MiCOMPAÑÍA, Susana Pous,
dice en oncubanews.com: «Cuando
empiezas a viajar hacia adentro, empiezas a entender que hay muchas
cosas que conforman el ser que tú eres, que tienen que ver con tus
ancestros y las generaciones anteriores».
Hacia
el final, forman una fila y con las manos y los cuerpos crean formas
como de flores o raíces. Agarrados de mano no se dejan ir; son
raíces conectadas en ese árbol genealógico eterno que seguirá
haciéndose más y más grande conforme pase el tiempo.
Fotos de Raphael Salazar
Ficha técnica y datos de la compañía
Editado con el apoyo de